martes, 31 de diciembre de 2013

TAMPOCO ÉSTE

 Tampoco éste soy yo.
¿Cuál era? ¿Cuál de todos fui?
¿Todos? ¿Todos cuáles?
"Cuando me quedo cavilando, muchas veces siento que
se me clava en el corazón una aguja ardiente, horrenda.
Yo siempre seré el mismo; cuando agonice a los noventa,
la muerte ejecutará a un muchacho de diez años." Eso es-
cribió Ernö Szép a los 45.
El mundo del Otro y de los otros que soy me en-ajenan.
¿Cuánta determinación tienen
las sensaciones y el recuerdo?
La espada de tu riesgo aparece un tanto desafilada.
Ya te has gastado la moneda de salir caminando de vos
mismo.

Pero el mal viene igual, romo o raudo
y sin llamado.
¿Quién puede decir dónde se encuentra, agazapado?

Volvamos al principio.
¿Cuál y cuáles soy?
¿En qué instante he sido yo, para perderme luego en los
múltiples mezclados inapresables?
¿En el del miedo como pasta por el cuerpo?
¿En el del coraje "irresponsable"?
Son todos sólo rostros, nombres: vagas representaciones.
Todos lo sabemos.
Bueno, algunos están mucho más convencidos que otros.
O así parece de lejos.
¿Y de cerca?
El tiempo pasa, sí, pero, ¿pensamos en lo que pasaría si se
quedase quieto?
Mejor que pase.
Esa quietud que tanto se anhela, esa 'tranquilidad' que pa-
rece que nunca llega...
Creeme: llegará.
"Un criado trajo piña.
La fruta humedeció los labios de la señora.
En la ocuridad, sus dientes brillaron como hielo."
Eso también escribió el bueno de Szép para nosotros,
en Hungría, en 1935. (Hoy se me ocurrió leerlo)
El tiempo pasa, el tiempo corre, traemos a nuestra mente
y a nuestro corazón -no siempre al mismo tiempo- imáge-
nes que nos crean dolor porque pertenecen al pasado.

NO REDEMPTION

El que se prueba en la vida de todos los días.
Se prueba el ser (como una ropa igual o diferente)
Se prueba (para ver si resiste, si puede)
Se prueba (porque la identidad reclama pruebas, a veces)
Sé prueba, también, de algo (un camino, un recorrido) o
de alguien (testigo, testimonio: los seres amados rexisten
a su borramiento)
¿Diste tu 'vuelta de tuerca'? ¡Pasajero! ¡Pasajero!
No dura para siempre el viaje éste.

¿Tu rostro es el que mira o el que duerme?

Por la ventana al fin vencida/ saltaba al interior de su noche
Por la ventana al fin vencido/ saltaba a su interior la noche
A la tanta soledad se la ha convertido en un poco de poesía

Al menos eso hizo el viejo Pound, al final de todo
"Lo que bien amas perdura
     lo demás es escoria
De lo que bien amas no te privarán
lo que bien amas es tu herencia verdadera." (Canto LXXXI)

También las palabras están hechas de tiempo
Y esa sonrisa tuya que se diluye una vez más en mi cuerpo
Y la infancia de todo
Y las promesas dichas
y las ahogadas
También el silencio parece hecho de tiempo

Amasados con las manos del deseo: porvenir y pasado

La extrañeza que ha vuelto
y se despliega:
y de nuevo soy yo mismo.





lunes, 30 de diciembre de 2013

ALLEN GINSBERG ACERCA DE SU ADMIRADO HENRI MICHAUX

                                                     Henri Michaux (sin fecha y de fotógrafo
                                                     desconocido -para mí)

 "En 1948 en un correcto manicomio en el que me quedé ca-
si un año con Carl Solomon como acompañante, encontré
varios textos raros con los que no estaba familiarizado como
estudiante de francés moderno en la Universidad de Colum-
bia. Había sido alimentado con una dieta de Maurice Barrés
para el estudio sintáctico, y otros deprimentes prosa y poe-
sía que ya he olvidado; M. Solomon en nuestro retiro me
proveyó con documentos de la mano de Jacques Vaché, Ri-
gaud, Genet por primera vez (a Celine ya lo había estudia-
do con Burroughs media década antes, y una década des-
pués hicimos una compañía de tarde junto con el artrítico
caballero ojos-de-gay en Meudon), también poesía de
Scwitters, el POUR EN FINIR AVEC LE JUGEMENT
DE DIEU de Artaud, junto a otros, penetrantes versos-pro-
fesía y fotos de mejillas hundidas en KRA, la AGGREGA-
TION de Isou etcétera.
(Representamos algunas de sus piezas de letras-sonido en
el salón del hospital para la aprobación de pacientes y en-
fermeras al boleo), escritos de Crevel y Desnos, y el BAR-
BARIAN IN ASIA de Michaux junto a fragmentos de PLU-
MES.
Yo tenía amable contacto con el poeta americano William
Carlos Williams, asi que esperaba mucho de mis mayores:
franqueza, vulnerabilidad, cortesía, información; asi que
en París en 1958 quería mirar a los ojos a tres hombres vi-
vos tal vez más, Cocteau también alegremente vivo por en-
tonces aunque nunca logré encontrarlo, por cierto no estar
en la misma ciudad y fallar en ver a Céline y a Genet ambos
maestros de poesía-prosa y Michaux quien había emergido
solitariamente sano y renaciendo como un hombre de coraje
profeta después de su investigación con drogas psicodélicas.
Genet estaba escondido o en Córsega estudiando la carne o
en Amsterdam estudiando a Rembrandt. Le envié a Michaux
una correcta nota a la vuelta de la esquina de la Rue Git-Le-
coeur donde yo paraba, le dije que era un jeune poeta ameri-
cano que tenía mucha experiencia en el mismo campo de
los alucinógenos que él, y que me gustaría intercambiar in-
formación con él. (Él era el primer poeta sustancial que yo
había tenido la oportunidad de encontrar que sabía algo
acerca del uso honorífico de drogas- todos los poetas ame-
ricanos más jóvenes de esa época, sin que sus contemporá-
neos franceses lo supieran, habían hecho extensas investi-
gaciones en el campo de la conciencia que podrían ser ca-
talizadas por el peyote y el hashish y la mescalina. Pero ca-
recíamos de un alma mayor en América para chequear nues-
tras experiencias con él.
Michaux tenía la reputación de ser un refinado recluído
(según me contaron Jouffroi y Lebel) así que me vi sor-
prendido cuando recibí una nota de que podría venir a visi-
tarme una cierta tarde, y más sorprendido aún cuando un
hombre mayor de mirada filosa entró en mi lóbrega habi-
tación de hotel mientras me estaba lavando los pies en el
lavatorio.


                                                           Allen Ginsberg, en esos años.

Se sentó en la cama, yo le expliqué la tradición del experi-
mento con peyote en Estados Unidos durante la última dé-
cada, creo que el estaba alegremente sorprendido de encon-
trar que existía compañía desconocida en el mundo. Me
encantó su afecto y alabanza de Artaud como POETA, y
su simpatizante descripción del revelador sonido físico de
la voz de Artaud. Una cosa que concluí fue que Michaux
aparentemente reticente y solitario era como todos los ge-
nios un hombre lleno de simpatía natural en quien se po-
día confiar que aprobaría el entusiasmo, el corazón, el hu-
mor común o cualquier malhumor humano en tanto fuese
genuino. No tenía él razones para darme su tiempo y para
ser cortés excepto que él era inteligente y respondía a mi
propia curiosidad.
Eso reafirmó un sentido de valor tradicional- ¿la sinceri-
dad?- que yo había encontrada afirmada en los ojos de
William Carlos Williams.
Le pregunté qué jóvenes poetas franceses recomendaba,
me dijo que no había mucho, tal vez Bonnefoy, más tal
vez lo visionario en Joyce Mansour. El DOUVE de Bo-
nnefoy era recomendable. Más que nada hablamos de
la actuación de Artaud en la Radiodiffusion Francaise, y
algunos chimentos acerca de la mescalina- le dí copias
de mi propio libro HOWL [Aullido] y del de Corso GA-
SOLINE. Creo que fuimos a la vuelta de la esquina a la
Place St. Michel y tomamos el té con Gregory Corso que
estaba viviendo conmigo. Pero tuvimos poco tiempo en
este primer encuentro; el suficiente para notar que él era
una presencia benevolente sobre el planeta.


                                                      Gregory Corso, años '60.

Nos encontramos brevemente una vez más, otra vez tuvo
la cortesía de venir a nuestro hotel (o tal vez él quería
mantener su casa tranquila) donde él conoció a Wm.
Burroughs -él había estado echándole un vistazo a los
libros; no creo que sacara mucho de mi inglés, pero por
cierto era sensible al lenguaje de Gregory Corso y se
rió citando una línea que había NOTADO que lo com-
plació -"¿chicos locos de tapas de gaseosas?"- yo tam-
bién pensé que era una frase graciosa, notable e inevi-
table que un hombre-de-lengua francesa superior gusta-
se de ella. Él había traído TOURBILLON DE L'INFINI
[El infinito turbulento] como un regalo de despedida.
"¿Podrías firmarlo, por favor?" le pedí. Creo que él es-
taba divertido de que un bárbaro americano joven estu-
viese afectado de tales gestos, y escribió una nota en el
señalador. Pero Corso y Burroughs querían leer el libro
así que partí para los EEUU sin él, nunca lo volví a ver.
Supe por Burroughs que los dos se encontraron ocasio-
nalmente haciéndose bromas en los cafés locales. Bu-
rroughs comenzó el 'cut-up' de su propio lenguaje para
escaparse de él; y para alterar su conciencia. Escribió
que Michaux, que pasó corriendo como el Conejo
Blanco, se detuvo para comentar que en algún sueño
reverie alucinógeno había encontrado a Burroughs ´
ahí, esperando imperturbable. "Estuve siempre ahí",
afirmó Burroughs. Encantadora, aunque era la histo-
ria del Sr. Burroughs.


                                                     William Burroughs, 1972.

Muchos años más tarde, después de algunas horrorífi-
cas experiencias con LSD en América, pasé por París
de nuevo, camino a la India. Almorzamos en un feo
café lejano en el que él me había citado. "Estoy me-
nos interesado en las visiones que tiene la gente con
las drogas, ahora estoy interesado en cómo ellas ma-
nifiestan su experiencia en el después, lo que hacen
con ella luego." Este era su sentido razonable de las
cosas en ese momento, 1961.
De regreso de la India y en París 1965, con Gregory
Corso otra vez, fui a su pasillo y dejé una nota en la
puerta; nos desencontramos durante días, finalmente
volviendo de St. Germain a lo largo de la Rue St. Jac-
ques Gregory lo espió cruzando la calle, y gritó (como
un pandillero del Bajo Este de Nueva York al judío
dueño de una fiambrería) "¡Ey, Henry!"
Henry cruzó la calle, "¿Recibieron mi nota?" "¡No, y
vos, recibiste la mía?" "Te envié una nota haciendo u-
na cita para mañana", y mientras nosotros hablábamos
agrupados alrededor del poste de una luz, extrañamen-
te encontrados sobre el planeta de nuevo, el Sr. Michaux
vio por el rabillo del ojo que, a mitad de camino de la
angosta calle, una joven periodista adinerada, había a-
puntado la cámara hacia nosotros. Dio un paso de costa-
do y dio vuelta la cara. Yo mismo, novato para la fama,
asumí que habíamos sido reconocidos; aunque de hecho
era una suerte que ese inesperado encuentro en la calle
quedase impreso en una sombra permanente. "Querido
poeta Ginsberg", dijo Michaux cándidamente, "ellos
están indudablemente interesados en su foto. Debo dar
un paso al costado." Me sentí avergonzado, tenía miedo
de que él pensase que lo habíamos estado buscando por
las calles con una camarógrafa, lo habíamos encontrado
y atrapado, y estábamos listos para enviar un avión a A-
mérica con todas nuestras imágenes capturadas juntos
para algo como la revista LIFE o alguna otra eternidad.
Estuve a punto de decir, "Pero yo... no, creo que vienen
por VOS", pero estaba demasiado confundido y avergon-
zado como para hablar. La dama entretanto nos estaba
dando instrucciones, ¿nos pedía que la mirásemos y son-
riésemos?
"Podrían por favor caballeros salir del camino, estoy tra-
tando de tomar una foto de esa entrada para carruajes que
está detrás suyo?"
"No, no," dijo Michaux, "por favor Sr Ginsberg, es sólo
para usted esa foto" -no había oído o todavía no le había
entendido a ella y estaba ansioso por retirarse de mi cons-
piración.
"Les digo, caballeros, POR FAVOR, muévanse de la en-
trada para que pueda tomar mi fotografía," dijo la mujer
importunándose. La cara de Michaux se iluminó con ab-
surdidad china y con deleite y nos movimos como exqui-
sitos héroes chaplinescos, haciendo inclinaciones y mos-
trándole el camino el uno al otro patéticamente.
Mientras tanto, lejos de tener un avión esperando, no te-
níamos un lugar donde quedarnos y poco dinero para co-
mida; todos volvimos en sí y Michaux como amable pa-
dre nos ofreció unos miles de francos que yo sentía dema-
siada vergüenza en aceptar. Hicimos una cita para almor-
zar al día siguiente.
Y fuimos, de todos los lugares esta vez, a La Coupole en
un taxi y comimos mariscos y carnes exóticas, y habla-
mos de la India.
"¿Pero dónde está toda la poesía inmortal de la joven
Francia? Leí a Bonnefoy, ¡pero era todo abstracto! ¿Qué
quiso decir Monsieur Bonnefoy?"
"Oh, sólo les dije que Monsieur era interesante, místico,
me preguntaron qué poesía había, pensé que era una pre-
gunta de cortesía para un voyeur literario; una respuesta
literaria." Parecía desalentado de que no hubiese una in-
vención espiritual renovada en París; vi a un solitario,
digno, cráneo de finos cabellos siete años más tarde.
Gregory estaba levemente enfermo, alguna infección
Americana, y se fue temprano; entonces le rogué a Mi-
chaux que me acompañase a la Librarie Mistral -yo pa-
raba en la olorosa habitación de huéspedes tapizada de
libros en el piso superior con vista a Notre Dame (dur-
miendo hasta tarde, después de vagar por ahí solitario
y enamorado de los extranjeros desde Fiacre a La Per-
gola hasta el atardecer, para despertarme rodeado de li-
bros acerca de China Roja)- había comenzado a cantar
mantras en la India, acompañándome con pequeños
címbalos para dedos, y quería por fin manifestarle a Mi-
chaux una cosa nueva para ambos -tal vez relacionada
con este deseo de hacía años de ver los resultados en ac-
ción de la concientización cotidiana integrando alguna
profundidad psicodélica- de cualquier manera, quería
CANTARLE a Michaux, como un poeta debería, al
fin y al cabo.
Este canto es parte de la práctica del Bhakti Yoga, el
Yoga Devocional, donde se entiende que en esta época
de aliento destructivo de esta Kali Yuga, la meditación,
la mente, la inteligencia y los trabajos no tienen posibi-
lidad alguna de elevar el alma fuera de su lodo materia-
lista -sólo la mera alegría nos salvará. ¡Sólo el mero de-
leite! Asi que nos sentamos, al final de la tarde, él pro-
bablemente preguntándose cuál sería mi raro propósito,
en un cuarto que le era extraño, con el Sena fluyendo
detrás de la persiana de hierro, mitad del verano, su
cara no más vieja que mi primer recuerdo de ella pero
ahora más dubitativa, blanda y bondadosa -¡confundido!
Alegremente todo lo que quedaba por hacer era cantar
Hari Krishna Hari Krishna Krishna Krishna Hari Hari
Hari Rama Hari  Rama Rama Rama Hari Hari, el man-
tra hindú JAPA Maha Mantra, y Om A Ra Ba Tsa Na
De De De De De De un mantra silábico Tibetano sin
significado diseñado para ocupar la mente mientras se
circumbalan templos o se acuna un bebé en los brazos.
Saludos al Sí Mismo, el amoroso Maestro."
 

                                                       A.G.


Diciembre de 1965.


Fuente. Este texto aparece como prólogo de un pequeño
libro de Michaux editado en inglés en la India, titulado
"By surprise", que me trajera mi hijo Darshan de su viaje
a ese lugar hace ya algunos años. Espero presentar partes
de ese texto magnífico en esta página.

[Agregado]
UN POEMA (hasta donde he podido comprobar, inédito
en castellano) de HENRI MICHAUX

                                   NOCHE DE BODAS

Si en el día de tu boda, al regresar a casa, pones a tu mujer
en un aljibe para que remoje durante la noche, ella quedará
aturdida. Sin darle alivio a ella que ha tenido siempre una
vaga inquietud...
"¡Ahí tienes, ahí tienes!", dirá ella, "así es como es el ma-
trimonio. Es por esto que mantienen su práctica en secreto.
Me he dejado atrapar en este asunto."
Pero, aún molesta, no dirá nada. Es por ello que tu podrás
sumergirla por largos períodos y muchas veces, sin causar
escándalo alguno en el vecindario.
Si ella no ha comprendido la primera vez, tiene pocas po-
sibilidades de comprender ulteriormente, y tú tendrás mu-
chas oportunidades de continuar sin incidentes (exceptuan-
do la bronquitis) si es que eso aún te interesa.
En cuanto a mí, dado que sufro más aún en otros cuerpos
que en el propio, tuve que renunciar a todo esto enseguida.

[Comentario: tal vez el gesto de Michaux en la foto es el
que tenía cuando Ginsberg comenzó a cantar su mantra.
En cuanto a qué estaría pensando de todo eso, no diré na-
da; pocas personas tan imaginativas como Michaux.]


Más tarde el mismo día (30 de diciembre) me cruzo con
un artículo que Michael Reck publicó en la revista Ever-
green, en junio del '68. Se llama "Conversación de Ezra
Pound con Allen Ginsberg".
En ese tiempo, Pound pasaba los veranos en Rapallo y
los inviernos en Venecia. Es aquí donde se produjo el en-
cuentro. Para ese entonces, Pound se había sumergido en
el silencio y era muy difícil arrancarle alguna palabra. Sin
embargo, Ginsberg lo consiguió. Primero preguntándole
acerca de ciertos lugares de Venecia citados por Pound
en los cantos Pisanos, que Ginsberg no había logrado u-
bicar. Pound le indicó cuáles habían desaparecido y don-
de estaban los restantes. El maestro atravesaba una etapa
muy autocrítica. "Mis escritos. Estúpido e ignorante a ca-
da paso. Estúpido e ignorante. A los 70 me dí cuenta de
que en lugar de ser un lunático soy un tarado."
Allen Ginsberg le recuerda poco después que Hemingway
había escrito que había aprendido más de Pound sobre
cómo escribir y sobre cómo no escribir que de cualquier
otra persona. Le dijo al autor de los Cantos que la univer-
sidad de Buffalo tenía un gran interés por la poesía con-
temporánea, preguntándole si estaba pensando en regresar
a los Estados Unidos. Luego le dijo que su poesía era la
mejor de su tiempo, a lo cual Pound respondió: "Todo lo
bueno que yo haya hecho ha sido estropeado por malas
intenciones... La preocupación por cosas estúpidas e irre-
levantes. Pero el peor error que cometí fue ese estúpido,
suburbano prejuicio antisemita."
Describe así Reck el final de ese encuentro: "Entonces
Ginsberg, con su rabínica y larga barba negra, puso su
mano izquierda sobre la nuca del Maestro, lo miró por
un momento largo y dijo: 'Ya le conté lo que vine a de-
cirle. También he venido por su bendición. Ahora, ¿pue-
do recibirla, señor?'
"Sí", contestó, "por lo que valga (for what its worth)".
Y como en un susurro, ya en la puerta, despidiéndolo,
le dijo a Ginsberg: "Me hubiese gustado hacerlo mejor."

[Las fotos de los poetas Beat, son del libro
Beats & Company. A Portrait of a Literary Generation,
de Ann Charters. Dolphin, 1986.]

viernes, 20 de diciembre de 2013

MARES: POESIA ORAL DE LAS ISLAS DEL PACIFICO. PARTE 1: POLINESIA






He dividido geográficamente el amplísimo espacio que
une y separa las islas del Pacífico. Esos grandes navegantes,
que abrieron y cerraron caminos y senderos a través del
océano en sus innumerables travesías, han dejado una gran
tradición poética, que en muchos casos continúa generán-
dose. Todos estos pueblos han compartido, al parecer, un
origen común. Así lo señalan sus ricos y numerosos mitos
y cantos. Han denominado Hawaiki a ese lugar mítico del
cual todo proviene. No hay que confundirlo con Hawaii,
a pesar de la homonimia.
Las hipótesis más recientes y confiables dicen que un pue-
blo, que aún no era Polinesio, partió de las costas del sudes-
te asiático alrededor del segundo milenio antes de Cristo.
Atravesaron las Filipinas, luego la Melanesia y arribaron al
triángulo polinesio alrededor del año 1000 a.C. Se estable-
cieron en Samoa y en Tonga, y desde ahí siguieron viaje
hacia el este, un recorrido inmenso, a través de miles de
kilómetros de mar. Poblaron entonces las islas Cook, las
Sociedad, las Marquesas, las Tuamoto. Viajaron hacia el
norte hasta Hawaii, al sur hasta Nueva Zelanda y termina-
ron de conformar el triángulo polinesio al ocupar la isla de
Pascua.
Estos textos se dividirán de la siguiente manera:
1. Polinesia
2. Micronesia
3. Indonesia
4. Melanesia
No incluye los cantos de Nueva Guinea -una isla en la
que han convivido muchísimas culturas, hasta el punto
de contarse más de mil idiomas diferentes... por cierto
que esa cifra va en franca declinación- y de Australia,
casi un continente en sí misma.


HAWAII

CANTO DE LA CREACIÓN: EL KUMULIPO

1. ORIGEN DEL MUNDO

En el tiempo que se calentó la tierra
En el tiempo en que se dieron vuelta los cielos
En el tiempo en que se oscureció el sol
Para hacer brillar a la luna
El tiempo del ascenso de los Makalii
El cieno, fuente de la tierra
Fuente de la oscuridad que produjo la oscuridad
Fuente de la noche que produjo la noche
La intensa oscuridad, la profunda oscuridad
Oscuridad del sol, oscuridad de la noche
Nada sino noche...


ACERCA DEL KAPU (Los tabúes)

Al jefe (Alii) le pertenece la tierra entera;
Al jefe le pertenecen el océano y la tierra;
La noche es suya; el día es suyo;
Para él son las estaciones -el invierno, el verano,
El mes, las siete estrellas del cielo ahora ascendidas.
La propiedad de los jefes, encima y debajo,
Todas las cosas que flotan en la orilla,
Los pájaros impulsados sobre la tierra;
La tortuga de grueso caparazón, de ancho dorso,
La ballena muerta;
El Uhu, animal del mar.
¡Que el jefe viva para siempre! ¡Para siempre el jefe!
Déjalo que nazca al futuro gloriosamente con los dioses
                                        breves y con los dioses extensos.
Déjalo avanzar temerariamente, el cacique que retiene la isla.


TONGA

RECITADO

Escucha, oh poeta,
Mientras cuento acerca de los cielos:
Primer cielo y segundo cielo
Empujados por Mani hacia lo alto
Para que yo pudiese caminar majestuoso;
Nuestras tierras son dos,
El cielo y el infierno,
tercer y cuarto cielo,
Moran ahí lo cubierto y lo inconcluso,
el cielo diferente, el cielo que llueve
y que esconde un cielo sin nubes.
Quinto y sexto cielo,
Habitan ahí el sol, que muere en carmesí,
Las pequeñas estrellas moviéndose en sucesión
Como un collar de bastones:
Y miran hacia arriba por ellas los habitantes de la tierra.
Séptimo y octavo cielo,
Aquí viven Hina y Sinilan;
El cielo del trueno,
de poderosa voz
Cuando se enoja o anuncia guerra.
El noveno cielo y el décimo,
El plumaje como garzas,
El cielo de incierto retumbe,
Tal vez hablando de la despedida.


CANTO DE AMOR

Flores de tetefa y capullos de siale,
Ah, mi querida reina deseando ser exaltada;
Ah, mi corazón está dolido por nuestra separación,
El propio ser de la muerte no podría ser para mí tan
                                                       [dolorosa agonía.

¿Acaso soy un siale cuyo capullo debería abrirse?
¿O soy un ave tropical que asciendo lejos?
Ah, mi corazón está dolido por nuestra separación,
El propio ser de la muerte no podría ser para mí tan
                                                       [dolorosa agonía.



LOS TUAMOTUS

CANTO DE LA CREACIÓN

La vida aparece en el mundo,
La vida emerge en Havaiki.
La Fuente-de Noche duerme debajo,
  En el vacío del mundo,
  En el crecimiento del mundo,
  La vida del mundo,
  El oscurecimiento del mundo,
  La ramificación del mundo,
  El agacharse del mundo.
Las olas se desvían hacia los costados,
La marea asciende hacia el mar.
La marea asciende hasta tocar Atea,
Un mar de abajo
  En lo estrecho, en lo confinado;
  En esto, en aquello.
Que los dioses puedan aparecer,
Que la gente pueda brotar,
Atea produce arriba,
Fakahotu produce abajo,
A través de ellos ha surgido la vida en el mundo.



SAMOA

DE UN CANTO DE LA CREACIÓN

Ahora la viña sagrada inicia la vida,
Pero sus criaturas sólo se retuercen en el sol;
¡No tienen piernas, ni brazos,
Ni cabeza, ni cara,
Ni latir del corazón!
El dios Tagaloa, descendiendo al oeste
Habla, y está hecho:
"Estos frutos, el producto de la viña, son gusanos,
Pero yo los transformo en formas con miembros;
Le daré una voluntad a cada uno;
Sus cuerpos deberán permanecer opacos,
Sus rostros deberán brillar
Para entretener a Tagloa
Cuando él viene a caminar esta tierra."


TIKOPIA

CANTO DE UNA JOVEN DESPECHADA POR SU
AMANTE

¡Me separaré, sí!
Separaré mi mente.
Fui consumida por su palabra
Éste es el joven
A quien dejé dormir conmigo.

Parte, entonces, en la alborada
Pero que haya afecto
Me levantaré
Pero aún deseo
Que duermas conmigo.



KAPINGAMARANGI

CANTO DE AMOR

Estaba acostado en mi casa
Cuando pensé en ti.
Me levanté, salí a encontrarte.
Vi el lugar donde duermes.
Me agazapé hacia ti en la total oscuridad.
No tengo miedo a causa de mi amor por ti.
La hoja del árbol premna tiembla, relumbra,
Entonces sabes que soy yo.


BAJO A LA LAGUNA

Bajo a la laguna,
Timoneo mi canoa derecho al arrecife.
Un pez gatillo acelera a mi lado.
Me sumerjo, alejo, nado.
Mi espalda está ardiendo.
Sigo, sigo, sintiéndome muy bien.
El aparejo está tenso, bien asegurado,
Acelerando, navegando, vivoreando;
¡navegando, navegando, regresando!


TUVALU

CANTOS DE VAITUPU

1
Caminé a lo largo de la costa este
Alrededor de los lindes de Sapepe
Tus pisadas son difíciles de olvidar.

2
Parado en Fangamotu
Miro abrirse el alba
Rompiendo sobre la media laguna
Decido dormir
¡Pero permanezco despierto
Mis ojos permanecen abiertos!

3
Los pájaros cantan sobre los árboles puka
Para conversar conmigo
¡Eh! ¡Tu allí!
Buscaré una hembra en mi sendero acostumbrado
¡Ah! mi acostumbrado sendero enfermo-de-amor.



ISLA DE PASCUA

LA CREACIÓN DEL MUNDO (Versión en castellano
de Jorge D'amato)

El éter, el gas, el vacío
El mar, la nada en torno
La oscuridad.
La primera vibración, la primera palabra que creó la luz.
Kuihi-Kuaha [Palabra mágica]
¡Que la tierra se seque!
¡Que el mar se retire!
Vino el sol, la gran luz.
Vino la luna, la pequeña luz.
Vinieron las estrellas,
Kuihi-Kuaha
Vino Make Make, el primer hombre.



MANGAIA

LAMENTO

Aquí sentada paso las largas noches del verano;
mi corazón palpita incesante por mi amado.
Ven, hija mía, acércate y permanece a mi lado;
nunca te quedas tranquila cuando te estoy meciendo.

No me tapes la vista déjame mirar a lo lejos
cómo se aproxima la canoa cómo se acerca la nube
hacia sus bordes, al surgir por Huamapu.
Tus abuelos vivían entonces y estaban conmigo:
pero ahora los llevan hacia abajo, a Paerau.
¡Oh, Toko y quienes te acompañan, sois bienvenidos,
me aflige una enfermedad desde muy lejos.
Debo apresurarme a talar
ese bosque de lanzas en Tahoraparoa;
para apaciguar a mis espíritus,
ahora agitados a causa de mi tierra.


POLINESIA (Sin especificación)

CANTO MARINO

El mango de mi remo-timón se estremece en movimiento,
Mi remo llamado Kantu-ki-te-rangi.
Conduce al horizonte apenas entrevisto.
Al horizonte que se yergue ante nosotros,
Al horizonte que nunca retrocede.
Al horizonte que jamás se aproxima,
Al horizonte que causa dudas,
Al horizonte que instala espanto,
Al horizonte de poder desconocido,
Al horizonte hasta ahora nunca atravesado.
Los descendentes cielos allá arriba,
Los bramantes mares debajo,
Se oponen al intrazado camino
Que nuestra nave debe atravesar.


MAORÍES (Nueva Zelanda)

CANTO DE UNA POETISA SIN NOMBRE

El amor no atormenta para siempre.

Vino sobre mí como el fuego barre a veces Hukanai.
Si este amado mío está cerca, no supongas, Oh Kiri,
que mi sueño es dulce. Yazgo despierta la viva-noche
entera, ya que el amor me consume en secreto.

Nunca será confesado, menos aún será sabido por to-
dos. La única evidencia será vista en mis mejillas.

La llanura que se extiende hasta Tauwhare: ese sendero
yo camino esperando poder entrar en la casa de Rawhi-
rawhi. No estés enojada conmigo, Oh señora; sólo soy
una extraña. Para ti está el cuerpo de tu marido. Para mí
sólo quedan las sombras del deseo.


BIBLIOGRAFIA

Marjorie Sinclair. The Path of the Ocean. Traditional
Poetry of Polynesia. Univ. of Hawaii Press, 1982.

Willard Trask. The Unwritten Song. Volume II. The
MacMillan Co., 1967.

Jorge D'amato. Isla de Pascua. Ed. Manutara, 1970.

Paul Radin. Primitive Man as Philosopher. Dover Publi-
cations, 1957. (Hay versión castellana. El hombre primi-
tivo como filósofo. Trad. Abelardo Maljuri. Eudeba,
1968.)

domingo, 8 de diciembre de 2013

OTRO TEXTO DE SARDIS: LA BALADA DE RUDI ERTNER





Este texto pertenece a los cuadernos de Eugenio Sardís.
Está fechado en mayo del 85.
No hay otras referencias ni comentarios acerca del texto.

LA BALADA DE RUDI ERTNER

Se llega a dudar que sus recuerdos sean recuerdos
o sean suyos
Él es un cristal atravesado por agualuz
que refleja los pensamientos
en su cuerpo transparente

Y que sus manos sean sus manos
las que trabajaron en este mundo de otros,
las manos llevadoras de pan, las manos de peluquero,
de jubilado, de aprendiz;
las manos de obrero y de criatura,
las manos que acompañaron la turbación y la risa,
las manos de cantar
las manos de apretar las manos que llegaban de la niebla
mientras era lentamente habitado por la muerte...

El imperio del que él proviene ya no existe
y él existe, una lección que los imperios una vez más
desoirán...
Él, entretanto, ha tendido siempre la yema de su vida:
cualquiera podría mirar en el fondo de agua de su vida.

en su mirada siempre respira el aire
siempre dormita la alegría
siempre boga el barquito tibio de su corazón

*

Ha vivido en verdadero estado de asombro,
de ternura pelada y desguarnecida
Un hombre casi sin palabras
casi de amor
casi imposible.

*

En la tarde su padre lo mira, mientras se quita
la ropa de trabajo.
Su padre, el Wagener, lo mira jugar por la ventana
donde se cruzan la infancia y el sol
por donde entran los bosques que beben el secreto
de la tierra
por donde pasan las guerras, el hambre y la historia,
cambiándose cada día de uniforme.

*

En otros días y calles, Rudi Ertner caminará solo,
como por la correa móvil de un sueño.
Se dará vuelta,
nos mirará asombrado
y, agitando el brazo, sonreirá una vez más
su bella sonrisa de tristeza.
Y entonces sí
se irá caminando de un sueño a otro sueño.

Y entonces
el cielo
el cielo
el cielo
se echará a volar
más alto
todavía.



viernes, 6 de diciembre de 2013

JEAN HATZFELD Y EL GENOCIDIO DE RUANDA

 





En cien días del otoño del 94, la etnia Hutu masacró a
casi un millón de personas de la etnia Tustsi. En una pe-
queña comunidad llamada Nyamata, fueron asesinados
-y de la forma más cruenta- 50 mil de los 59 mil Tutsis
que habitaban esa región.
 Ruanda es un país pequeño, y sus dos etnias comparten
raza, lenguaje, costumbres y religión: la Católica Romana.
 Hasta el momento del genocidio, los Tutsis representaban
el 15% de la población.
 "Es muy difícil juzgarnos", le dijo a Hatzfeld uno de los
asesinos, intentando describir lo que había sucedido. "¿Por
qué?" "Porque lo que hicimos va más allá de la imagina-
ción humana."
 Jean Hatzfeld es un escritor y periodista francés nacido
en Madagascar en 1949. Ha trabajado durante muchos
años como corresponsal para el diario Liberation, cubrien-
do primero la guerra civil -seguida del genocidio cometi-
do por los serbios contra los bosnios- en Yugoslavia (don-
de, además, perdió una pierna) y luego el genocidio de
Ruanda. Desde el año 2000 vive la mitad de su tiempo
en Ruanda y la otra mitad en Francia.
 Ha publicado tres libros acerca de las masacres en este
país africano. El segundo de ellos, Une Saison de Mache-
ttes, editado en España con el título "Una temporada de
machetes", actualmente agotado, describe las entrevistas
que Hatzfeld sostuvo en la cárcel con 10 de los asesinos
múltiples del genocidio del 94. Todos ellos amigos desde
la infancia que permanecieron juntos durante los asesina-
tos diarios y masivos, así como en el subsiguiente exilio,
y luego la prisión.
 Por momentos difícil de soportar, su testimonio intenta
explicar lo inexplicable.
 "Matar es más fácil que la labranza.", dice uno de ellos.
"Un hombre es como un animal: le das un golpe en la ca-
beza o en el cuello, y cae."

Lo que comienza siendo un intento de penetrar en la mente
de los asesinos, se convierte en un relato acerca de las cir-
cunstancias colectivas que conducen a la habitualidad de
matar, como si no se tratara de quitarle la vida a un seme-
jante, sino de un acto común y cotidiano.

"Teníamos sesiones con chicas que eran violadas en el bos-
que", relata uno de los asesinos. "Nadie se atrevía a protes-
tar contra eso. Aún aquellos que sentían algún escrúpulo,
porque habían recibido bendiciones en la iglesia, por ejem-
plo, se decían a sí mismos que no iba a cambiar nada dado
que la chica estaba marcada para la muerte de todos modos."

"Las matanzas se extendieron desde el centro de la ciudad
hasta las colinas. Tres días después hubo masacres en las
dos iglesias: en cada una, más de cinco mil murieron en un
solo día."

"Gracias a las matanzas, ellos [los pobres diablos] disfruta-
ban ahora de gran estima a los ojos de las mujeres."

"Las autoridades ya no tenían la habilidad de planificar, de
canalizar. Las órdenes caían en oídos sordos. Las masa-
cres se habían vuelto extraordinarias, más allá de toda ra-
cionalidad."

"Por la noche, después de las matanzas, había tiempo para
la amistad, y encontrarse con amigos nos alivianaba el
corazón. Charlábamos acerca de nuestros días, compar-
tíamos tragos, comíamos. Ya no contábamos cuántos ha-
bíamos matado, sino cuánto nos reportaba. Las matanzas
nos habían vuelto chismosos y codiciosos."

"El director y el inspector de escuelas de mi distrito parti-
ciparon de los asesinatos con bates con clavos. Dos maes-
tros, colegas con quienes solíamos compartir cervezas y
evaluaciones de los estudiantes, se pusieron a trabajar de
firme, para así decirlo. Un cura, el burgomaestre, el sub-
prefecto, un médico -todos ellos mataron con sus propias
manos...", cuenta Jean-Baptiste Munyankore, un maes-
tro de Ntarama que sobrevivió en los pantanos.

"Nos inundamos de vida con este nuevo trabajo. No te-
níamos miedo de desgastarnos corriendo por los panta-
nos. Y si teníamos suerte en el trabajo, nos poníamos
felices. Abandonamos las cosechas, las azadas, y todo
eso. Ya no hablábamos más entre nosotros acerca de
la labranza. Las preocupaciones se alejaron de nosotros."
Adalbert, uno de los asesinos.

Esta suerte de misterio -¿cómo es posible perder lo aparen-
temente más propio de lo que llamamos "humano"?- es lo
que me intriga y conduce de Ruanda a Bosnia, de Cambo-
ya al nazismo, del genocidio armenio a las purgas y Gulags
soviéticos.
Así como el asesinato se ha convertido en una piedra basal
de los sistemas filosóficos y en uno de los pocos elementos
centrales de la literatura, la cuestión se me ocurre mucho
más incontestable cuando se trata de la tortura y del asesi-
nato de miles, cientos de miles o millones de personas.
De lo sistemático. La muerte incorporada a la vida cotidia-
na. La barrera que divide vida y muerte afinada al máximo.
Las garantías que proveen la ley y las Federaciones de Na-
ciones ahogadas en el lago de sangre de las matanzas.

 



Jean Hatzfeld, como dije, ha escrito tres libros acerca del
genocidio en Ruanda.
El primero, es el resultado de su encuentro con sobrevivien-
tes de la masacre.
El segundo, "Una temporada de machetes", recoge las en-
trevistas que J.H. mantuvo con los asesinos en la cárcel,
en Ruanda.
El tercero, La estrategia de los antílopes, se centra en los
habitantes de Nyamata después del genocidio. ¿Cómo
se reconstruye una sociedad en la que una etnia asesinó a
miembros de la otra siendo vecinos, prójimos próximos,
muchas veces -por casamientos interétnicos- familiares?

La estrategia de los antílopes refiere la impensable situa-
ción posterior a las masacres en Ruanda. Cómo conviven
hoy los Hutus regresados de su refugio en el Congo y los
Tutsis, que habían migrado al norte (Uganda y Tanzania)
antes del genocidio y que fueron repatriados cuando se
produjo la caída del régimen Hutu en el '94, así como los
miles que lograron sobrevivir en condiciones increíbles
en los pantanos -no así de los bosques, donde práctica-
mente no sobrevivió nadie.
El título del libro alude a una expresión ruandesa acerca
de la forma en la que huían los tutsies en las colinas: los
antílopes, cuando son perseguidos por los cazadores, hu-
yen inicialmente en manadas para protegerse en forma
mutua; pero cuando notan que no tienen escapatoria, se
dispersan con la intención de que aunque sea algunos lo-
gren salvarse.
De hecho, en el 2004 resultaron liberados alrededor de la
mitad de los masacradores hutus, porque las cárceles ya
no daban abasto y, además, porque eran necesarios para
para la agricultura.

En estos libros la particularidad del acercamiento de Hatz-
feld a la cuestión es su cuidadoso y sensible 'desapego'
de sus reacciones primarias, para poder escuchar al otro.


 

 



El genocidio pone a prueba todo lo que pensamos acerca
de la condición humana. Tanto el planteo de Hana Arendt
acerca de la "banalidad del mal", como las experiencias
llevadas a cabo por Stanley Milgram -sus famosos "estu-
dios de obediencia" llevados a cabo en la Universidad, en
1974- y Philip Zimbardo en sus experimentos en la Prisión
de Stanford, son absolutamente discutibles.
Arendt, enviada al juicio de Adolf Eichmann en Israel por
The New Yorker, regresó a los E.E.U.U. poco después de
iniciado el juicio, perdiendo así numerosos elementos de
importancia acerca del asesino que estaba siendo juzgado.
Tomó como verdadera la apelación de Eichmann de ser un
mero engranaje de una maquinaria, un 'burócrata', como se
lo llamó, cuando se ha comprobado que este encargado de
los campos de concentración en Polonia y en Checoslova-
quia, puso un empeño muy 'creativo' en su tarea. Con mu-
chas ideas propias, como el "Proyecto Palestina" a través
del cual robó los bienes de numerosos judíos dispuestos
a pagar lo que fuera para poder escapar de la Europa ase-
sina. Por supuesto que se trataba de un plan para quedar-
se con sus bienes: ninguno viajó a otro lado que a los cam-
pos de exterminio.

David Cesarini estudió meticulosamente la vida y la obra
de Eichmann. Coincide con Ian Kershaw, un notable estu-
dioso del nazismo, en que los nazis no obedecían órdenes
de Hitler fundamentalmente, sino que tenían iniciativas
propias, que usaban para congraciarse con él y acercarse
a lugares de mayor poder, buscando superarse unos a otros
en sus esfuerzos.
Laurence Rees en su libro sobre Auschwitz publicado en
2005, dice que esta característica es la que le daba tanto
dinamismo al sistema. Los asesinos creaban activamente
situaciones y se situaban en su epicentro. Esto era así aún
en los campos de concentración.
Los trabajos de Milgram y Zimbardo son cuestionados ac-
tualmente, por las diferencias individuales y colectivas que
surgieron de sus propios estudios.
Por ejemplo, el trabajo de Carnaghan y McFarland (2007)
avanza bastante en esa dirección.

En La estrategia de los antílopes, Jean Hatzfeld interroga
a Joseph-Desiré Bitero, un lider distrital del temible inter-
hamwe (las patotas de asesinos que se organizaban cada
mañana provistos de sus machetes para salir a matar y
a mutilar). Dice que Bitero "no nació malvado y no creció
en una atmósfera de odio. Todo lo contrario. Como muchos
grandes asesinos de la historia, en un período de su vida él
fue un hombre culto, amable, un buen padre y un buen co-
lega. Era un lindo pibe, se convirtió en un maestro conten-
to, no tuvo ningún problema con sus vecinos Tutsis. No
hay ninguna señal de algún evento traumático en su tem-
prana existencia en Nyamata".

Todo esto para asomarse al abismo.
¿Contiene cada persona un asesino en su interior?
Más que un asesino, ¿un monstruo?

¿Qué sostiene y qué rompe el lazo social?

Me recuerda una escena de "El huevo de la serpiente", de
Ingmar Bergman. Un médico nazi, en los albores del na-
zismo, le explica a la pareja que protagonizan David Carra-
dine y Liv Ullmann, la lógica de un experimento en el que,
luego de haberle generado un daño neurológico a las cria-
turas que las hace llorar interminablemente, se las dan a sus madres, hasta entonces amorosas madres, para que intenten
calmarlos. Es extraño, pero se repite siempre: para ejempli-
ficar la parte más monstruosa e incomprensible del ser hu-
mano, su profunda relación con el Mal, se utilizan metáforas
con animales. En este caso la serpiente, símbolo inequívoco
de lo temido por esos mismos 'humanos'.

Publicados en castellano:
Jean Hatzfeld. La vida al desnudo. Voces de Ruanda.
Jean Hatzfeld. Una temporada de machetes.
Jean Hatzfeld. La estrategia de los antílopes. (Nueve
años después)


 
No puedo dejar de recomendar el relato notable de Lu-
kas Bärfuss, titulado "Cien días", editado por Adriana
Hidalgo en 2009. En la forma de una novela, este es-
critor suizo nacido en el 71, cuenta la masacre de los
800 mil Tutsis desde los ojos de un joven suizo que
trabaja para los servicios sociales de su país en Ruanda.
El personaje decide no escapar con el resto de las comi-
tivas occidentales porque se ha enamorado de una joven
muchacha que resulta ser Tutsi, y sufre las consecuencias.
Por cierto, incluye y en primer plano las responsabilida-
des del mundo 'civilizado', tanto en el origen de la trage-
dia como en la falta de intervención rápida en la misma.
"En los periódicos europeos se escribiría luego mucho
sobre el poder tribal, la brutalidad arcaica, pero de hecho
el genocidio sólo fue posible porque este Estado tenía
una organización que abarcaba a cada uno de los ciuda-
danos y le asignaba a cada uno un lugar determinado en
la sociedad."
*
"... por eso les dimos el lápiz con el que escribieron las
listas negras para la matanza, por eso les pusimos la lí-
nea telefónica por la que impartieron la orden de matar
y por eso les construimos las rutas por las que conduje-
ron los asesinos cuando salieron a buscar a sus víctimas."


Hay un libro editado por Prometeo, que se llama "Una
guerra negra", de Gabriel Peries y David Servenay, que
abunda en información muy documentada y precisa acer-
ca del compromiso indudable de la Comunidad Europea
y los Estados Unidos.

Stanley Milgram. Obediencia a la autoridad. Un punto de
vista experimental. Bilbao, 1980.
Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre
la banalidad del mal. Lumen, 2001.

Un breve agregado. Las palabras que le dedica Emmanuel
Carrere en Limonov:
"En el fondo, los testigos de los que me fiaba y de los que
pienso, al releerlos hoy, que tenía razón en fiarme de ellos,
son los dos Jean: Rolin y Hatzfeld."
Luego:
"Así, Jean Hatzfeld, que creía por un reflejo maniqueo que
había caído en una emboscada de unos francotiradores ser-
bios decididos a cazar a un periodista, al cabo de un año de
hospital volvió a Sarajevo a investigar y la conclusión de
sus averiguaciones fue que los tiros que le costaron la pier-
na procedían, mala suerte, de milicianos bosnios."
E. Carrere: Limónov. Anagrama, 2013.